viernes, 26 de septiembre de 2014

Singladura num 25. II. Navegando por aguas griegas

Lo primero que hice al llegar de la excursión a Éfeso fue darme una larga ducha, de forma que me quitara el calor del cuerpo. Y lo segundo, beberme mas de 1 litro de agua fria. En promedio, diariamente nos hemos bebido casi 3 l/persona de agua - agua embotellada, ya que el agua de los depósitos del barco se han empleado para duchas, limpieza, etc. - durante toda la travesia. Aparte de vino, cerveza o refrescos.


A las 12.45 h hemos soltado amarras, tras esperar un cuarto de hora a que viniera un empleado del puerto a recoger el conector para la columna de luz del muelle. Una vez doblada la baliza situada al Oeste de Güvercin Adasi - la isla de la paloma -, izamos génova y  navegamos rumbo 240º con viento del Norte y fuerza 3 y mar llana.


A las 14.40 h, al entrar bajo el influjo de la isla griega de Samos, por cuyo canal ha de pasarse forzosamente, hemos tenido que arriar la vela y meter motor, pues el viento era insuficiente. Entre tanto ya habíamos cambiado la bandera de cortesía, desplegando la griega en lugar de la turca, la cual quedó cuidadosamente enrollada en el mismo obenque. La idea era fondear en una cala de Samos, lo que significaba que habíamos entrado en aguas griegas. Y eso hicimos, exactamente en Ormos Posidonion, una cala con aguas increiblemente azules. Al ser amplia esa cala aun habíendo mas veleros fondeados en ella, todos estabamos cómodos.


Después de comer permanecimos allí hasta que poco antes de las cinco de la tarde, viendo como entraban y salían de la cala grandes barcos turcos totalmente llenos de turistas, barcos cuyo puerto base es Kusadasi.



A esa hora - las 16.50 h - en que levamos ancla, para dirigirnos a otra isla griega, situada mas al Sur: Agathonisi. Esta es una pequeña, pero muy acogedora isla.


La duda que habíamos tenido era si volver a la costa turca, ya que no estábamos lejos del antiguo golfo de Latmos - donde estaba la ciudad de Mileto -, o ir a Agathonisi. Nos decantamos por esta segunda opción ya que la costa turca donde antiguamente estaba el golfo de Latmos esta llena de marismas: éstas han cubierto de tierra aquel golfo, que ha desaparecido con el transcurso de los siglos. Y nosotros ya habíamos tenido una mala experiencia con ese tipo de fondos próximos a marimas. Abandonábamos asi la oportunidad de visitar las ruinas de Mileto, pero por lo leido en esos momentos a bordo, antes de tomar la decisión sobre la recalada nocturna del día, no parece que queden grandes ruinas de aquella antigua ciudad.

La navegación una vez salidos del resguardo que proporcionaba Samos, ha sido incómoda, pues viento y ola eran del Oeste, y crecientes ambos hasta llegar a fuerza 5 a 6 el viento, y la mar a fuerte marejada.


A las ocho menos cuarto, en los primeros momentos del crepúsculo, entramos en la rada al Sur de la isla. En ella había varios veleros fondeados y con líneas a tierra, ya que seguía soplando el viento, incluso dentro de la rada, ademas de entrar algo de ola en ésta. Habían asegurado bien así su fondeo.

En el muelle del pequeño puerto "no cabía ni un alfiler" mas, por lo que Jaime me preguntó como veía yo el ir en el bote - a remo,logicamente - a una de las orillas para amarrar allí un cabo que fuera luego a popa. Yo, la verdad sea dicha, no me veía en ese momento con la capacidad necesaria para ello, dadas las circunstancias de luz y viento, fundamentalmente. Rapidamente, Jaime tomo la decisión de abarloar el barco a un catamarán que estaba en el muelle del ferry. Y asi hicimos.



Se trataba de un catamarán con pabellón neozelandés, pero en el que iban dos matrimonios amigos, uno de Basilea (Suiza) y otro de Toronto (Canada). En cuanto nos vieron llegar, se aprestaron muy amablemente a ayudarnos en la maniobra, asi que cuando estuvimos a su costado, les largamos dos amarras, una a popa y otra a proa, amarras que ellos fijaron a sus cornamusas. También nos dijeron que quitarían inmediatamente la ropa que tenían colgada en los quitamiedos de estribor, pero les dijimos que, por nosotros, eso no era necesario.


Media hora después de arribar nosotros, la patrullera griega del guardacostas, que tiene su base en este puerto, y que estaba amarrada al muelle, salió a la mar, a hacer su ronda nocturna. Cuando llego la hora de cenar nos fuimos, pasando por la cubierta del catamarán a tierra, a buscar alguna taberna. De hecho nosotros deberíamos haber permanecido a bordo sin pisar tierra, ya que esto (teóricamente) no lo podíamos hacer puesto que no habíamos hecho el despacho de entrada en Grecia. Pero allí eso parecía no importar a nadie.

La primera taberna por la que pasamos estaba totalmente vacía, asi que seguimos hasta la siguiente. En ésta debían estar todos los lugareños y todos los turistas, navegantes o no, de la isla. Era la Taverna George. Estaba clara nuestra decisión, así que nos  sentamos en una de las dos mesas que todavía quedaban libres, bajo la parra a la entrada, y justo al lado de la mesa de los cuatro tripulantes del catamarán. La cena estuvo compuesta por queso feta al horno, beef stofato y pudding, todo ello con una jarrita de vino blanco de la casa. Como curiosidad, comentaré que la medida de la cantidad de vino de dicha jarrita, según la carta de la taberna, era 0,5 kg - eso es, medio kg, no medio litro -. Pero no era el tema tan importante como para preguntar por tan peculiar unidad de medida de volumen ...

Al terminar la cena, en el muelle y antes de subir a la cubierta del catamarán pedimos el pertinente "permiso para subir a bordo", a lo que los cuatro tripulantes no solo accedieron [faltaría más] a ello, sino que nos ofrecieron una copa de whisky. Jaime prefirió obsequiarles con un excelente licor de hierbas mallorquín, que nos gustó mucho a todos. Y asi estuvimos charlando muy agradablemente un largo rato, antes de retirarnos a descansar a nuestro barco.

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